Chávez ¿el verdadero fantasma de las elecciones futuras?
Uno de los espectros más recurridos durante las últimas dos elecciones presidenciales era la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México. Los miedos iban desde los más alivianados desde la izquierda (preocupados por su conservadurismo, su autoritarismo), los moderados ni de izquierda ni de derecha (su tolerancia a la corrupción, su nostalgia de un priísmo setentero), y los más locochones de la derecha (viene a instalar un régimen al estilo Hugo Chávez). Sí, Hugo Chávez es el fantasma de las elecciones pasadas.
Al parecer para muchos, también es el fantasma de las elecciones presentes. Mi buen amigo Armando Román, en su artículo de Excélsior del cuatro de enero, anuncia el temor de que, a la llegada de AMLO a la presidencia, “él sí buscaría instaurar la reelección presidencial, aplastaría a quien fuera y como fuera con tal de hacer lo que él considere conveniente, nos ganaría enemistades a nivel internacional y, tarde o temprano, nos conduciría bajo una ruta similar a la seguida por Venezuela en los últimos años”. La última nota de The Economist, en la que le pone un muy duro repasón al gobierno de Peña Nieto, concluye con el mismo miedo: la ineficacia de Peña sólo le está poniendo la mesa a AMLO para las próximas elecciones. Es decir, AMLO y su similitud con Chávez son también el fantasma de las elecciones futuras.
Más allá de lo divertido (créanme, puede ser de veras muy divertido) que es discutir con Armando, el argumento del De Manteca de esta semana es que tanto el The Economist como Armando se fijan en el fantasma equivocado: no es Chávez. Son los partidos. Y la bronca no es que llegue un régimen autoritario, sino que nos quedemos sin partidos para contrarrestarlo. ¡Eso sí que espanta!
La elección de Hugo Chávez en 1998 se dio en un escenario caracterizado por el descrédito de los dos partidos políticos históricos, AD y COPEI. Según Jana Morgan (2007), los venezolanos comenzaron a apoyar a otros partidos políticos, porque se dieron cuenta que los tradicionales no fueron capaces de adaptarse a las nuevas demandas, ni de incorporar a grupos diversos de la sociedad. Ante un escenario como ése, los candidatos “anti-partido” son muy atractivos. Y si al llegar al poder amenazan con darle en la torre a los partidos, tendrán el apoyo de muchos.
En la más reciente encuesta de GEA-ISA, sólo 7% de los ciudadanos entrevistados manifestaron tener mucha confianza en los partidos políticos, y para 36% de los encuestados, los partidos políticos no representaban en nada los intereses de la sociedad.
Otro análisis muy preciso de la crisis venezolana, éste de Michael Coppedge, apunta a la existencia de una “partidocracia” en Venezuela, donde los partidos –y sus liderazgos- controlaban la postulación de candidatos y a buen porcentaje de la burocracia, tenían cortitos a sus representantes en el Congreso, y se cubrían las espaldas en casos de corrupción, etcétera. ¿A poco no suena familiar?
En ese escenario, un líder que promete terminar con todo ese sistema tan poco atractivo, y además, acercarle a la gente más mecanismos de decisión, sin intermediarios, es sumamente popular. Esto es el verdadero riesgo, a mi parecer. La actitud actual de los partidos políticos, en las que sus cúpulas se empecinan en agandallarse todo el poder, en no ceder, en no acercarse a la ciudadanía, en no preocuparse por ampliar su representatividad, son las que de verdad le están allanando el camino a una opción “anti-partido”, sea AMLO u otro candidato (que populistas de derechas, también hay y chance hasta más peligrosos). En esto, Armando tiene toda la razón en su artículo: ¿cuáles son las alternativas que tienen hoy los ciudadanos?
A esa situación yo agregaría un problema adicional: la erosión de la oposición en México. Los dos principales partidos en Venezuela acordaban los grandes cambios, se intercambiaban la presidencia un rato tú, otro para mí. Y garantizaban que las reglas del juego les beneficiaran principal (si no exclusivamente) a ellos. No había un verdadero contrapeso democrático desde la oposición, hasta que llegaron los “anti-partido”. Los partidos políticos en México adolecen de la misma bronca: todos los arreglos son beneficiosos para los partidos. Ellos son los que ponen las reglas que, al final de cuentas, les benefician. Además, en México, la erosión de la oposición es cada vez más evidente. Se ha escrito en muchos otros lados, pero cualquier oposición democrática tendría un día de campo con las evidencias de probabilísimos conflictos de interés en el gobierno federal que siguen apilándose. En cambio, en México, el líder de la oposición en el Congreso llama a que se investigue el origen de las filtraciones, que no el contenido de las mismas.
Veamos hoy Venezuela. Más allá de la catástrofe económica que ya vive, el problema para la oposición, tan desvirtuada, tan poco funcional como oposición durante la época de AD y COPEI, es cómo levantarse de la lona. ¿Cómo aprender a ser oposición después de todos estos años de pactar, y de cubrirse las espaldas con el otro? Creo que eso le podría pasar a México en un escenario sí catastrófico, pero quizás no tan lejano.
El verdadero fantasma de las elecciones futuras es vivir en la condena de una oposición disfuncional, sin partidos que representen a la ciudadanía. Porque entonces sí, de llegar un gandalla a la presidencia (de izquierda o de derecha), no habrá poder que se le enfrente. Y eso da mucho más miedo. ¿Tú cómo ves?